
por Redacción
Cortémosla con “las viejas y viejos meados”: venimos de un legado de respeto y amor por el pueblo.
En tiempos donde el desprecio hacia los ancianos parece convertir en un lugar común, es fundamental recordar el papel crucial que desempeñan en nuestra sociedad. Expresiones despectivas como “los viejos y viejas meadas” no solo desdibuja su valor, sino que también nos alejan de reconocer el importante legado que han dejado las generaciones que nos han precedido.
La historia nos enseña que el respeto hacia los mayores es una necesidad básica, no una opción. Estos hombres y mujeres han sido los forjadores de nuestro presente, llenos de historias y lecciones que muchas veces tendemos a olvidar. Cada anciano y anciana es un reservorio de sabiduría; sus experiencias moldean no solo nuestra cultura, sino también nuestra identidad. Valorarlos es comprender que su perspectiva, aunque a veces desafíe la modernidad, tiene un papel vital en el tejido social.
Eva Perón, con su “Decálogo de la Ancianidad”, estableció en 1948 principios fundamentales que deben guiar nuestras acciones hacia quienes han vivido más años. Este decálogo refleja un profundo compromiso con la dignidad que merecen los ancianos. Asegurarles derechos básicos, como el acceso a una vivienda, alimentación y atención médica, es vital para garantizar que vivan con respeto y autonomía. La lucha por una jubilación digna es igualmente importante; es impensable que aquellos que han aportado tanto a nuestra sociedad sufran la pobreza en su vejez.
Por último, es necesario fomentar un espíritu de respeto mutuo entre generaciones. La interacción entre jóvenes y ancianos enriquece a ambos, creando un entorno donde las experiencias de vida son transmitidas y valoradas. Las políticas públicas deben promover el diálogo y la inclusión de nuestros mayores, permitiendo que sus voces sean escuchadas. Al proteger la dignidad de los ancianos, construimos una sociedad más equitativa y solidaria, en la que el respeto se convierte en el puente que une a todas las generaciones.
En un contexto donde el discurso de odio puede ganar terreno, debemos ser firmes en nuestro llamado al cambio. Cortémosla con “los viejos y viejas meadas” y celebremos la historia que nos une. Respetemos a quienes nos precedieron, porque en sus vivencias radica la esencia de lo que somos.