
por Vita Escardó
Cuando asistimos a un espectáculo de magia, o vemos un truco que nos asombra, lo hacemos a sabiendas de que hay aspectos, partes, movimientos, pequeños hechos, que ignoramos. Es decir, asumimos que se nos retacea parte de la información del campo que observamos para permitirnos una alegría, una sorpresa, una maravilla.
En estos días se me ocurrió pensar que en las redes, nos asomamos y nos embebemos de una realidad semejante, aunque sin encanto alguno.
Me explico.
Tomemos por ejemplo los comentarios a determinadas publicaciones. Ya hemos dado por asumido que existen los trolls, es decir, o bien personas que envían mensajes hostiles, acusatorios y estigmatizantes por mandato de otras personas con intereses específicos. O bien, personas que asumen discursos odiosos con bases no verificadas sino por transmisión, que aceptan como verdadera por su procedencia. En la mitología escandinava, los trolls son seres que no pueden exponerse a la luz del día, ya que se convertirían en piedra.
Aquí aparece el truco del mago: no sabemos quién -realmente- hace el comentario, es un troll. Ante nuestros ojos aparece como verdadero, del mismo modo que una mujer es cortada al medio en una caja de madera o una paloma sale volando de un bolsillo.
Supongamos que debiéramos cumplimentar todas las secuencias propias de una comunicación genuina. Que quien escribe las amenazas, hostigamientos, estigmatizaciones y reproducción de mentiras sin chequear, debiera hacerlo mirando a los ojos a quien agrede. Que, como en una conversación que se precie, debiera hacerlo arriesgando la respuesta de la otra parte, la contra pregunta, el efecto del daño en quien se agrede. ¿Sería tal la catarata de violencias? Lo más grave resulta de no aceptarse como cobarde al tomar la palabra sin presentar la facha desnuda.
Otro proceso que permanece oculto es el de mirarse al espejo. Y recibir el insulto propinado. Un sencillísimo cambio de roles. ¿Qué sentiría al recibir su propia agresión? ¿Podría reconocerse como agresor? ¿O el mecanismo perverso abona la imposibilidad de ponerse en lugar de otro, otra en una pretendida superioridad?
Tal vez este sea el truco más perverso de la mafia de las redes: inducir el retaceo de una actitud profundamente humana, el contacto con nuestros semejantes, para mostrar, en cambio, un instinto que compartimos con los reptiles: el de ataque y fuga.
Claro que, en esta selva humana que construimos cotidianamente, según los magos perversos, la fiera a la que debemos atacar y huir empieza siempre con K.