
por Redacción
María Montessori, una pionera indiscutible en el ámbito educativo, nació el 31 de agosto de 1870 en Chiaravalle, Italia, en una familia burguesa y profundamente católica. Desde muy pequeña, destacó por su carácter enérgico y extrovertido, lo que la llevó a enfrentarse a las estrictas normas de la escuela que le tocó vivir. Aunque el teatro parecía ofrecerle un futuro prometedor, ella decidió abandonar esa pasión para enfocarse en algo que sentía más urgente: continuar su formación académica.
Desde su juventud, Montessori desarrolló un fuerte interés por la religión y creía en las señales divinas. Esta inclinación influyó en muchas de las decisiones importantes que tomó a lo largo de su vida, donde su instinto y su intuición siempre jugaron un papel protagónico. A pesar de las barreras sociales que restringían el acceso a la educación para las mujeres, especialmente en disciplinas que no estaban vinculadas a las labores domésticas o la enseñanza, María demostró una determinación admirable. No era común que una mujer de su época aspirara a una carrera universitaria, pero ella desafió las expectativas, mejorando notablemente sus calificaciones y sumergiéndose en el movimiento feminista.
Inicialmente, consideró estudiar Ingeniería, pero finalmente optó por la Medicina. En 1896, se licenció en Medicina por la Universidad de Roma, convirtiéndose en una de las primeras mujeres en obtener ese título en Italia. No conforme con eso, continuó explorando otros campos del conocimiento, estudiando Antropología, Filosofía y Psicología, siempre con la vista puesta en desentrañar los misterios de la infancia.
Durante esos años, conoció a Giuseppe Montesano, un joven médico de una familia adinerada, que se convertiría en el gran amor de su vida y el padre de su único hijo, Mario. Sin embargo, su relación no fue convencional. Para proteger su carrera y evitar el estigma social, Montessori tomó la difícil decisión de ocultar la existencia de Mario, quien fue criado por una nodriza. A pesar de la distancia, María mantenía contacto con él, observándolo en la distancia y consolándose con la convicción de que su sacrificio personal tendría sentido en el futuro.
En 1898, Giuseppe fue designado jefe de servicio en el manicomio de Roma, y María lo acompañó en algunas de sus visitas iniciales. Fue allí donde su vida cambiaría para siempre. En el manicomio, Montessori se enfrentó a las deplorables condiciones de los niños diagnosticados como "oligofrénicos", un término utilizado para describir a aquellos con graves discapacidades cognitivas. En aquel lugar, también se encontraban niños con ceguera, autismo, epilepsia y otros trastornos que los condenaban a un encierro perpetuo, sin esperanza de un futuro mejor.
Este descubrimiento despertó en María un profundo compromiso social y la motivó a buscar nuevas maneras de entender y educar a los niños. Se interesó en la pedagogía y encontró inspiración en figuras como Johann Heinrich Pestalozzi y Édouard Séguin, dos educadores que abogaban por una enseñanza basada en la observación y el respeto por el niño. Especialmente Séguin, que había desarrollado un método de educación especial, se convirtió en un referente clave para ella. María adoptó y adaptó las ideas de Séguin, creando su propio enfoque pedagógico que luego sería mundialmente conocido como el "método Montessori".
La primera vez que Montessori presentó públicamente estas ideas fue en el Congreso Pedagógico de Turín en 1898. Allí defendió que muchos de los problemas de los niños con discapacidades no eran médicos, sino pedagógicos, y que el enfoque educativo adecuado podía ofrecerles un futuro mejor. El método Montessori se basa en la premisa de que los niños son sus propios maestros. Según ella, los niños aprenden a través de la exploración y la libertad, extrayendo conocimientos de su entorno. Su método enfatiza el uso de materiales didácticos diseñados para estimular la curiosidad del niño y fomentar su independencia.
María también condenaba el modelo tradicional de enseñanza, donde el maestro es una figura de autoridad que impone conocimiento y disciplina. Para Montessori, el educador debía ser un observador, caminando al lado del niño, respetando su ritmo y sus decisiones. Este enfoque comenzó a ganar notoriedad rápidamente, y en 1899, Montessori creó una asociación para recaudar fondos destinados a escuelas especiales. Ese mismo año, inauguró la Scuola Magistrale Ortofrenica, una escuela para niños con discapacidades. Al finalizar el primer año, los resultados fueron sorprendentes: algunos de sus estudiantes no solo alcanzaron el nivel de los niños en las escuelas públicas, sino que en algunos casos incluso los superaron en los exámenes.
Esta victoria inspiró a Montessori a aplicar su método también a niños sin discapacidades. En 1907, abrió la primera Casa de los Niños en el barrio de San Lorenzo, en Roma. Este fue un paso decisivo en su carrera, ya que demostró que su método podía beneficiar a cualquier niño, independientemente de sus condiciones cognitivas o sociales.
Con el tiempo, su método se expandió más allá de Italia, alcanzando los Estados Unidos, Europa e incluso la India. A pesar de la resistencia que enfrentó por parte de sectores conservadores, Montessori no se dejó intimidar. Viajó incansablemente por el mundo, dictando conferencias y cursos, siempre con la preocupación de que su metodología se aplicara correctamente.
El régimen fascista de Mussolini, que inicialmente apoyó su método, intentó más tarde utilizarlo para fines ideológicos, lo que llevó a Montessori a romper lazos con el dictador y a exiliarse. A pesar de estas dificultades, continuó con su labor, convencida de que la educación era la clave para lograr la paz mundial.
María Montessori murió el 6 de mayo de 1952, a los 82 años, dejando un legado que ha transformado la educación y que sigue vigente hoy en día. Aunque su método ha sido adoptado en numerosos países, la pregunta que queda es si se sigue aplicando con la fidelidad que ella deseaba.